Hay personas que no necesitan pasar por tu vida más de una vez para convertirse en seres memorables, inolvidables; como también hay otras que están siempre a tu lado y no las valoras tanto (como deberías) hasta el día en que los senderos de la vida los separan, en otras palabras, se van, se pierden, desaparecen.
De ahí que nace el refrán: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. (Este refrán va más relacionado con los objetos materiales, pero hagamos una excepción).
Pues, recién en ese momento, en que las perdiste, las echas de menos y quisieras retroceder el tiempo, quizás para decirle tantas cosas que nunca te atreviste a decir en su cara (por cabrón), es decir, te quedas con la terrible e insoportable duda del “Qué hubiera pasado si yo le hubiera dicho…”.
Por encontrarme en la situación de este último caso, cuando estoy entrampado en la melancolía, me tomé el atrevimiento de utilizar mi maltrecha bitácora cibernética (con el perdón de los lectores), para descargar mi alma y para que vean lo cursi que soy.
Quizás, me hago la tonta ilusión de que me lea esa persona y que le guste lo que le escribiré a continuación, en un simple formato de carta. Ya que no encontré otra mejor manera de expresión, pues no tengo ni siquiera tu correo electrónico.
Lima, 28 de junio de 2009
Queridísima Fabiola.
Ni Nostradamus, ni Josie Diez – Canseco ni Harry Potter (ni ningún pinche mago u brujo) hubiesen vaticinado que yo, el niño- chinche, que no te dejaba vivir en paz; terminaría escribiéndote esta carta llena de confesiones. Confesiones que lo atormentan y no lo dejan, ahora, vivir en paz.
Eras (y espero de que lo sigas siendo) rubia, un tanto pecosa y, lo que más resaltaba y me gustaba, tu nariz respingada, muy respingada. Aunque eras una niña mayor (por solo un año), por tu manera de mirarme, parecías demostrar saber muchísimas cosas más.
La verdad era que ya te “conocía de vista”, pues frecuentábamos, en ese entonces, muchas de las reuniones sociales a las que acudían tus padres y los míos. Que eran muy amigos desde hace ya mucho tiempo atrás.
Debo confesarte que esa amistad que tenían nuestros padres yo la hubiera usado como la excusa perfecta para conocerte, si no hubiese sido por los inocentes juegos, que de alguna manera, me simplificaron la tarea de hacerte “el habla”.
Aunque fueron justo esas compromisos sociales que yo tanto odiaba, para que, poco a poco, nos viésemos en la forzada necesidad de jugar entre nosotros (me refiero a ti, mis hermanos, tus hermanas y otros chicos más que estaban dando tumbos de aburridos en esos tediosos actos de la vida en sociedad).
Jugábamos diversos juegos como las escondidas, las carreras, las “chapadas” (mal llamadas, por cierto, ya que hacen alusión a caricias y enjuagues bucales.),”carretillas”, encantados, policias y ladrones, etc.
Por eso diré que recién te conocí oficialmente, en la escuela, para ser más exacto, en segundo de primaria. (Quizás ese fue el principal problema, nos conocimos demasiado jóvenes, unos niños aún).
Pues yo, como todo niño de 7 años, seguía el prejuicio machista e infantil de no juntarme con niñas, trataba de ignorarte olímpicamente, aunque creo que no lo logré.
(…)
Me gusta recordarte bailando marinera, con movimientos tan elegantes y con gracia de mariposa, y déjame decirte que eras una gran bailarina; no había fecha especial (me refiero con esto a los siguientes: día de la madre, del padre, aniversario de la escuela, concurso de danzas…en fin) en que no te viera bailar.
Nunca voy a olvidar aquel día en que me sacaste a bailar, creo que lo hiciste maquiavélicamente; ya que me caracterizaba por tener dos pies izquierdos y por odiar el baile. Sin embargo, lo hiciste así delante de toda la gente. Mientras tu madre festejaba diciendo que linda parejita. Había que ver la cara de felicidad de mi mamá.
Yo no sé como accedí a bailar, es que mientras que tú bailabas lindo y sonreías. Yo ya no pensaba.
Me carcajeo al recordar que al momento que decidiste darme una vueltecita, yo no sabía qué hacer y me tropecé y caí pesadamente, de cara al suelo, delante de todos los espectadores que corrieron a auxiliarme. Dando un fin estrepitoso al baile.
(…)
Tampoco voy a olvidar cuando nuestras madres se divertían a mares jugando (y a la vez fastidiándonos) a que nosotros éramos enamorados. Cosa que nos dejaba avergonzados y sonrojados. Esta situación tan incómoda y bochornosa que nos hacían pasar nuestras propias madres no nos caía en gracia a ninguno de los dos.
Porque, al menos para mí, en ese tiempo, en cosas relacionadas al amor no era ningún juego: era verdad que yo sentía algo muy fuerte por ti. Parecía como si en mi estomago estuviera revoloteando miles de mariposas e insectos, cada vez que te veía, me daba vergüenza, que tú te enteraras de esto. ¡Qué estúpido! Hoy, que me acuerdo de ti, recién me doy cuenta lo idiota que he sido contigo y seguro que lo seguiré siendo.
(...)
Mi madre, acompañada de mis insoportables tías, me sigue haciéndome sonrojar con nuestros recuerdos; es más, creo que con los años, el aprecio que mi madre sentía por ti aumento; porque no le cae, ni por la gracia de Dios, ninguna de las chicas con las que salgo y a todas las compara contigo. Y tú vuelves, a mi mente así de la nada y me olvido de la chica que invito a salir. A veces creo que mi mamá, mis tías y tú se pusieron de acuerdo en secreto y conspiran contra las pobres chicas que no tienen la culpa de que yo te haya conocido. Ya que pareciera que todas estuvieran de acuerdo en mantener vivo tu recuerdo a propósito.
(…)
Recuerdo que decías que te irías a España o a EE.UU. a estudiar la Universidad. ¡Ay Fabiola!, no sabes que cuando te oía decir eso, mi corazón kamikaze se encogía y sentía como si lo hubiesen elegido para la próxima misión terrorista como hombre-bomba del AL QAEDA. Me entraban unas ganas de llorar que calmaba entreteniéndome en cualquier cosa.
Permíteme que te confiese una cosa más… ¿Te acuerdas que las paredes del patio de la escuela estaban pintados de corazones rojos, en donde se leía claramente “Fabiola y (un signo grande de interrogación) Love for ever”? Que te hacía mucha gracia y nunca supiste quién era. Pues era yo.
Sí y no contento con ello, yo decía que eras mi novia. Aunque tú ni siquiera estabas enterada. Solo porque una vez te oí decir que te gustaría conocer al chico que escribía los corazones para casarte con él. (Recuerda que por esa época yo tenía como 8 años y tu, 9 y en nuestro pensamiento todas las historias de amor terminaban en matrimonio.)
Sorry por eso.
(…)
Fue pasando el tiempo. Hasta que en un momento dado tuve que mudarme. No tuve oportunidad de despedirme, entonces yo ya contaba con 10 años. Y me mudé de ciudad, de vida y de ti.
(…)
Aunque con el pasar del tiempo y los años cumpliste tu promesa de irte a estudiar lejos; me enteré que no te fuiste ni a la “Madre Patria” (España) ni a EE.UU. sino que habías dado la vuelta al mundo, hasta recalar en, la lejanísima, inexplorada y rara, Australia.
Aunque Sydney quede a miles de kilómetros (y de euros) de mi casa, sin contar con los interminables trámites para la obtención del pasaporte y la visa; te escribo desde la infernal Lima, desde mi destartalada carpeta de la Universidad, Fabi, para decirte que en los recuerdos que tengo eres capaz de arrancarme una sonrisa, y eso no es poca cosa. Una sonrisa en invierno es tan reconfortable como una taza de chocolate gratis.
Nuestra historia no fue triste ni mucho menos trágica, si no que fue graciosa y divertida; aunque lo reconozco, un poquito nostálgica. Que cuando la recuerdo me pone de buen humor.
Lo que más lamento es que te hayas ido así, de pronto y no te deje la dirección para que al menos me mandes postales.
Aunque suene huachafo y ya no sirva de nada, te diré lo que no me atreví a decirte: Te quise y, aún, extrañamente, te quiero, ya que solo tú, nadie más, será ese algo para siempre en mí: Mi Enamorada Eterna.
Siempre tuyo.
C. J. V. G.
PD: Tal vez, nos volveremos a topar (mantengo viva la esperanza) algún día en un restaurante, en un museo, en alguna galería de arte o en un café perdido y repartido a lo largo del mundo y nos volvamos a reír de nosotros mismos.
Ojalá que estés soltera y sin compromiso (aunque esto último no importa) para no poner unos tristes puntos suspensivos como final de esta historia. Te juró que la continuación de nuestra historia sería plasmada aquí, en el Blog, como un cuento de hadas, al fin con un final feliz.
O si decides ya nunca más volver, al menos date una visita al Perú y cuando pases por Lima, por favor, no dejes de tocarme la puerta.
NOTAS IMPORTANTES
- Saludar a mi hermano mayor, el gran Toto, por su cumpleaños número 23.¡ Ya estás viejo,man!
-Comenzaron los terroríficos y crueles exámenes finales, por lo que me vi en la necesidad de suspender las publicaciones en el Blog.
-Espero que les guste este post hecho en una media hora, lo podrán comprobar pues esta vez no puse tanto cuidado en la ortografía ni en la gramática. Sorry por eso.
Les dejo con un video realmente excepcional, de acuerdo a la temporada invernal que vivimos en Lima y se la dedico, con todo cariño, a Fabiola. Aunque ella esta en Sidney y no en Nueva York como Delilah ( la chica de la canción).Bueno, la canción se llama HEY THERE DELILAH y está a cargo de la banda estadounidense (especificamente, de Illinois) PLAIN WHITE en la voz de Tom Higgenson.
VIDEO DE LA SEMANA
¿Será cierto que de cada diez argentinos uno es gay? ¿Cómo estás segura de que tu amigo u novio argentino no es gay? Mira cómo reaccionan este grupo de amigos al empezar a dudar de ellos mismos y de su masculinidad. Con la cortesía de la bebida Fernet Cinzano.